El gallito rojo
by avomega in
Personal
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25 by July by 2022
Un gato, un ratón y un gallito rojo vivían juntos en una hermosa casa, situada en medio del bosque. El gato tenía su cama en una cesta mullida, el ratón en una cueva profunda y el gallito en un robusto aseladero . Al despertar una mañana, el gallito preguntó:
-¿Quién se levanta primero a encender la chimenea?
-Yo no –dijo el gato.
-Yo no –dijo el ratón.
-Vale, me levantaré yo –dijo el gallito rojo, se levantó y encendió el fuego.
Cuando el fuego se avivó, el gallito rojo hizo una nueva pregunta:
-¿Quién barre la habitación?
-Yo no, dijo el gato.
-Yo tampoco –dijo el ratón.
-Vale, barreré yo –dijo entonces el gallito y barrió todos los rincones.
Acabada la limpieza, preguntó.
-¿Quién prepara el desayuno?
-Yo no –dijo el gato.
-Yo tampoco –dijo el ratón.
-Vale, lo prepararé yo –dijo el gallito rojo e hizo de comer.
Cuando el desayuno estuvo listo, el gallito rojo preguntó:
-¿Y quién se come ahora este magnífico desayuno?
-Yo –dijo el gato.
-Yo, yo –dijo el ratón.
-De ninguna manera –dijo entonces el gallo rojo-. Me lo comeré yo, solo, salvo que me prometáis que me ayudaréis siempre.
-Yo te ayudaré –prometió el gato.
-Te ayudaremos –prometió el ratón.
El gallito se enterneció y compartió el desayuno con sus dos amigos.
Cuando no quedaba ya siquiera una migaja, el gallito rojo miró por la ventana y vio que venía por el camino el zorro en persona.
-¡Llega el zorro! –gritó el gallito y saltó al aseladero.
-¡Llega el zorro! –gritó el gato y se acomodó en su cesta.
-¡Llega el zorro! –gritó el ratón y se escondió en su cueva.
El zorro entró en la habitación.
-Buenos días, ratoncito. Buenos días, gatito. Buenos días, gallito rojo. ¿Cuál de vosotros podría rascarme la espalda?
-Yo no –dijo el gato.
-Yo no –dijo el ratón.
-Vale –dijo el gallito rojo-, te la rascaré yo.
Y comenzó a rascar al zorro. Le rascó la espalda de la cola a las orejas pero, cuando llegó a las orejas, el zorro extendió una pata, atrapó al gallito y lo metió en su bolsa.
-Socorro, socorro, ¿quién me ayuda? –gritaba el gallito rojo en la bolsa.
-Yo no –dijo el gato y se ovilló más aún en su cesta.
-Yo tampoco –dijo el ratón y se ocultó aún más en su cueva.
Pero si creían estar a salvo, se equivocaban. El zorro dio un salto, sacó al gato de la cesta y al ratón de la cueva y los metió en la bolsa, para que hiciesen compañía al gallito rojo. Después se echó la bolsa al hombro y retomó a la carrera el camino hacia su casa.
Era un día espléndido pero bastante caluroso y, al poco rato, la bolsa empezó a pesar. El zorro la dejó en el suelo, al pie de un cerezo, se tumbó a la sombra y se durmió.
En cuanto se durmió el zorro, el gallito rojo sacó unas tijeras que llevaba bajo el ala, una aguja y un hilo y preguntó:
-¿Quién corta la bolsa con las tijeras?
-Yo –dijo el gato.
Yo, yo –dijo el ratón.
Uniendo sus fuerzas, cortaron la bolsa y salieron al exterior. Entonces el gallito rojo preguntó:
-¿Quién trae unas piedras?
Yo –dijo el gato.
-Yo, yo –dijo el ratón.
Uniendo sus fuerzas, consiguieron tres piedras y las pusieron en la bolsa. Entonces el gallito preguntó:
-¿Quién quiere ahora remendar la bolsa?
-Yo –dijo el gato.
-Yo, yo –dijo el ratón.
Uniendo sus fuerzas, remendaron muy bien la bolsa y se fueron corriendo a casa. Y, desde aquel día, el gato y el ratón ayudaron siempre al buen gallito rojo.
En cuanto al zorro, poco después se despertó, cargó con la bolsa al hombro y retomó su camino. Y, mientras tanto, pensaba:
-Vaya, vaya, he dormido bien, pero parece que esta bolsa se vuelve cada vez más pesada.
Cuando avistó su casa, gritó desde lejos:
-Mamá, mamá, pon la olla de cristal en la chimenea que llego con la cena.
La vieja madre del zorro puso la olla de cristal en la chimenea, la llenó de agua y encendió el fuego.
Mientras el agua hervía, el zorro subió al tejado y desató la bolsa encima de la chimenea.
-¡Señor gato, señor ratón, señor gallito rojo, acomodaos en la olla! –exclamó y echó campana abajo lo que había en la bolsa. Las tres piedras cayeron en la olla de cristal y la hicieron añicos.
Podéis imaginaros cómo se enfadó la vieja madre del zorro. Salió al patio, cogió los zuecos de madera, se los arrojó a su hijo y lo hizo caer del tejado.
Así el zorro, en lugar de una buena cena, consiguió dos chichones: uno se lo hizo su madre con el zueco; el otro se lo hizo al caer del tejado.