Avatar Critica
by Albertocinefilo in
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28 by August by 2022
'Avatar' es uno de los fenómenos más curiosos de la historia del cine: la segunda película más taquillera de la historia, la que todo el mundo ha visto (tanto que, por experiencia, la gente hasta llega a ofenderse cuando dices que tú no)... Y de la que no ha habido franquicia, merchandising o poso en la cultura popular. Todo el mundo la ha visto, todos saben que habrá una secuela (y que romperá la barrera de los mil millones de dólares) y cualquiera con el que hables te dirá que la experiencia de verla en tres dimensiones es impresionante.
Pero a lo largo de los años me daba la impresión de que estas palabras vacías ("impresionante", "increíble", "único") también podían definir un documental de delfines de IMAX. Así que, intentando obviar las bromas con 'Pocahontas' y 'Los pitufos' y sabiendo que no tengo 3D disponible con el que maximizar la experiencia, me dispuse a subsanar uno de los mayores pecados de mi vida como cinéfilo: en 2022, por primera vez, vi 'Avatar'.
'Avatar', los rasgos de una obra maestra
EN ESPINOF
'Avatar', los rasgos de una obra maestra
Éywa ngáhu
La gran mayoría de los que vieron 'Avatar' en el cine durante su estreno destacan lo mismo: lo impresionante que era el 3D, la impresión de profundidad real que daba y cómo no fue igualado en ningún momento por la ola de películas que trataron de imitarla (de manera bastante pobre) inundando nuestras pantallas durante años. 'Avatar' modeló el entretenimiento de tal manera que incluso, en plena fiebre por el formato, Nintendo lanzó una consola cuya única razón de ser era el 3D (sin gafas). Cuando la fiebre se pasó y, como en los años 50, las tres dimensiones dejaron de ser la moda del momento, la 3DS pasó a llamarse... Nintendo 2DS.
Pero 'Avatar' quedó anclado como testimonio de una época, un cierre de la década de los 00 que, vista ahora en un televisor, ha perdido la mitad de lo que la hacía única. Las emociones colectivas se evaporan y queda una cinta de aventuras poco sorprendente que destaca por unos diseños de criaturas pretendidamente feístas (uno de los motivos por los que no hay merchandising posible de una obra como esta) y un lore abismal que se refleja muy levemente en el metraje. La obra de James Cameron, quitándole su truco visual, comete el peor de los pecados que puede cometer una película: causar absoluta indiferencia.