EL ZAPATERO QUE SE CONVIRTIÓ EN ASTRÓLOGO
by avomega in
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26 by October by 2022
Vivía en la ciudad de Isfahan un pobre zapatero llamado Ahmed, que tenía una esposa especialmente codiciosa y ambiciosa.
Ésta iba todos los días a los baños de Hammam y siempre encontraba a alguien allí que la producía celos. Un día espió a una señora que vestía un traje espléndido, joyas en todos los dedos de la mano y perlas en las orejas y a la que atendían muchas personas. Cuando preguntó quién podía ser aquella dama, la contestaron:
-La mujer del jefe de los astrólogos.
-¡Ciertamente eso es lo que el desastre de mi Ahmed debe llegar a ser, un astrólogo! -pensó la mujer del zapatero- y corrió a su casa tan rápido como la llevaron sus pies.
El zapatero al verla en su casa preguntó:
-¿Por Dios, qué te pasa querida?
-¡No me hables ni te acerques a mí hasta que seas astrólogo de la corte! -le riñó ella. ¡Deja tu vulgar oficio de arreglar zapatos! Nunca seré feliz hasta que seamos ricos.
-¡Astrólogo, astrólogo! -sollozó Ahmed. ¿Qué conocimientos tengo yo para leer las estrellas? ¡debes estar loca!
-Ni sé, ni me importa cómo lo hagas, pero para mañana tienes que ser astrólogo, si no volveré a la casa de mi padre y pediré el divorcio -dijo ella.
El zapatero estaba loco de desesperación. ¿Cómo iba a convertirse en astrólogo? Esta era su preocupación. No podía soportar la idea de perder a su esposa. Así pues, salió y compró la tabla de los signos del zodiaco, un astrolabio y un almanaque de los astros. Para ello tuvo que vender sus herramientas de zapatero y así sintió que tendría éxito como astrólogo. Se fue al mercado y gritó:
-¡Oh, señoras y señores! acudid a mí en busca de respuesta para cualquier cosa. Yo sé leer las estrellas, conozco al sol, a la luna y a los doce signos del zodiaco. ¡Puedo predecir lo que va a suceder!
Sucedió que el joyero del Rey pasaba por allí sumido en gran aflicción, pues había perdido una de las joyas de la corona que le habían sido confiadas para su pulido. Era un gran rubí. Lo había buscado por todas partes sin ningún resultado.
El joyero de la Corte sabía que si no lo encontraba le cortarían la cabeza. Se acercó a la multitud que rodeaba a Ahmed y preguntó qué sucedía.
-¡Oh, el astrólogo más reciente, Ahmed el Zapatero, promete decir todo lo que es posible saber! -rió uno de los curiosos espectadores.
El joyero de la Corte se adelantó resuelto y susurró al oído de Ahmed:
-Si conoces tu arte, descúbreme donde está el rubí del Rey y te daré doscientas piezas de oro. Pero si no tienes éxito... ¡traeré la muerte sobre ti!
Ahmed quedó atónito. Se echó la mano a la frente y sacudiendo la cabeza al mismo tiempo que pensaba en su esposa, dijo:
-¡Oh, mujer, mujer, eres más perniciosa para la felicidad del hombre que la peor de las serpientes!
Sucedió que la joya había sido escondida por la mujer del joyero quien, sintiéndose culpable del robo, había mandado a una esclava para que siguiese a su marido a todas partes. Esta esclava al oír al nuevo astrólogo gritar algo sobre una serpiente creyó que todo se había descubierto y volvió corriendo a la casa a contárselo a su señora: Os han descubierto, querida señora -le dijo jadeando. ¡Os ha descubierto un odioso astrólogo! Ve a él y suplícale que sea misericordioso con el desdichado pues si se lo cuenta a vuestro marido, estaréis perdida.
La mujer se puso rápidamente su velo y se fue donde estaba Ahmed y se arrojó a sus pies sollozando:
-Salva mi honor y mi vida y lo confesaré todo.
-¿Confesar qué?, -preguntó Ahmed.
-¡Oh, nada que no sepas ya! –sollozó. Sabes muy bien que yo robé el rubí. Lo hice para castigar a mi marido, ¡él me trata con tanta crueldad! Pero tú, el mejor de los hombres, para quien no existe ningún secreto, ordéname y haré lo que me pidas con tal que este secreto nunca salga a la luz.
Ahmed pensó deprisa, luego dijo:
-Sé todo lo que has hecho y para salvarte te pido que hagas esto: coloca el rubí en seguida bajo la almohada de tu marido y olvídate de todo.
La mujer del joyero volvió a casa e hizo lo que le habían ordenado. Al cabo de una hora Ahmed la siguió y le dijo al joyero que ya había hecho sus cálculos y que por mediación del sol, la luna y las estrellas, el rubí estaba en ese momento bajo su almohada.
El joyero salió corriendo de la habitación como un ciervo perseguido y volvió a los pocos minutos sintiéndose el más feliz de los hombres. Abrazó a Ahmed como a un hermano y puso ante sus pies una bolsa con doscientas piezas de oro.
Con las alabanzas del joyero resonando en sus oídos, Ahmed volvió a su casa agradecido por poder satisfacer la codicia de su esposa. Creyó que no tendría que trabajar más, pero sus ilusiones se vinieron abajo al oír a su mujer:
-Esta es solamente tu primera aventura en el nuevo camino de tu vida. Una vez que se conozca tu nombre, ¡serás llamado a la Corte!
Ahmed protestó. No deseaba continuar su carrera de adivinador del futuro, era un trabajo arriesgado. Cómo podía esperar volver a tener otra vez la misma suerte, preguntó. Pero su mujer rompió a llorar y de nuevo le amenazó con le divorcio. Ahmed accedió a salir al día siguiente al lugar del mercado para anunciarse una vez más.
Como la vez anterior gritaba en voz alta:
-¡Soy astrólogo. Puedo ver lo que sucederá por el poder que me ha sido conferido por el sol, la luna y las estrellas!
La multitud se reunió de nuevo a su alrededor. Una dama cubierta con un velo pasaba mientras Ahmed estaba hablando. Se detuvo con su sirvienta y oyó hablar del éxito que había tenido el día anterior al encontrar el rubí del Rey y otras mil historias que nunca habían sucedido.
La dama, que era alta e iba vestida con finas sedas, se abrió camino y dijo:
-Pongo ante ti este enigma: ¿dónde están el collar y los pendientes que perdí ayer? No me atrevo a decírselo a mi marido que es un hombre muy celoso y puede pensar que se los he dado a algún amante. ¡Dime astrólogo, dónde están o me veré deshonrada! Si me das la respuesta correcta, que no debe de ser difícil para ti, te daré en seguida cincuenta piezas de oro.
El infeliz zapatero quedó sin habla durante un momento al ver a una dama tan importante ante él, tirando de su brazo y se cubrió los ojos con la mano. Volvió a mirarla preguntándose qué diría. Entonces se dio cuenta de que se la veía parte del rostro, lo cual era de lo más inadecuado para una dama de su posición y que el velo estaba rasgado, seguramente había ocurrido cuando avanzó por entre la gente.
El se inclinó hacia delante y dijo en voz baja:
-Señora, mirad la abertura, mirad la abertura.
El se refería a la rasgadura de su velo, pero a ella sus palabras le trajeron inmediatamente algo a la memoria:
-Permaneced aquí, ¡oh, el más grande de los astrólogos!, y volvió a su casa que no estaba muy lejos. Allí en una abertura que había en el cuarto de baño descubrió su collar y sus pendientes en el mismo lugar en el que ella misma los había escondido a los ojos de los codiciosos.
En seguida volvió llevando otro velo y una bolsa con cincuenta piezas de oro para Ahmed. La multitud se apretujó alrededor de él, maravillada de este nuevo ejemplo de la lucidez del zapatero astrólogo.
La mujer de Ahmed, sin embargo, no podía aún rivalizar con la esposa del astrólogo de la Corte y continuó exigiendo a su marido que siguiese buscando fama y fortuna.
Por aquel entonces fue robado el tesoro del Rey que consistía en cuarenta cofres de oro y joyas. Los oficiales del estado y el jefe de la policía intentaron encontrar a los ladrones, pero sin resultado. Finalmente fueron enviados a Ahmed dos sirvientes para preguntarle si podría resolver el caso de los cofres desaparecidos.
El astrólogo del Rey, mientras tanto, iba haciendo circular mentiras sobre Ahmed a sus espaldas y se supo que decía que le concedía a Ahmed cuarenta días para encontrar a los ladrones, luego profetizó que Ahmed sería ahorcado al no poder descubrirlos.
Ahmed fue llamado a presencia del Rey e hizo una profunda reverencia ante el soberano.
-Quién es el ladrón según las estrellas -preguntó el Rey.
-Es aún difícil de decir, mis cálculos llevan algo de tiempo -dijo Ahmed entrecortadamente-. Pero, por ahora, diré esto: no fue un ladrón solo el que cometió este horrible robo del tesoro de su majestad, sino cuarenta.
-Muy bien -dijo el Rey-. ¿dónde están y qué han hecho con mi oro y con mis joyas?
-No lo puedo decir antes de cuarenta días -contestó Ahmed-. Si su majestad me concede ese tiempo para consultar a las estrellas. Cada noche hay una conjunción distinta de los astros que tengo que estudiar....
-Te concedo cuarenta días pues -dijo el Rey-. Pero cuando hayan pasado, si no tienes la respuesta, pagarás con tu vida.
El astrólogo de la Corte parecía feliz y sonrió de satisfacción tras de su barba y su mirada le hizo sentirse al pobre Ahmed muy inquieto. ¿Y si después de todo, el astrólogo de la corte tenía razón?
Volvió a su casa y se lo contó a su esposa:
-Querida, me temo que tu gran codicia ha significado el que yo ahora sólo tenga cuarenta días de vida. Gastémonos alegremente lo que hemos conseguido pues en ese tiempo seré ejecutado.
-Pero marido -contestó ella. Tienes que descubrir a los ladrones en ese tiempo con el mismo método con el que encontraste el rubí del Rey y el collar y los pendientes de la mujer.
-Criatura estúpida -dijo él-. ¿Es que no recuerdas que encontré la respuesta en ambos casos simplemente por voluntad de Dios? Nunca podré poner en funcionamiento tal truco de nuevo ni aunque viviera cien años. No, creo que lo mejor para mí será meter cada noche un dátil en un recipiente y cuando haya cuarenta dentro sabré que es la noche del cuadragésimo día y el fin de mi vida. Sabes muy bien que no tengo la habilidad de calcular y nunca lo sabré si no lo hago así.
-Ten valor -dijo ella. Eres un desdichado cobarde y avaro. ¡Piensa algo aunque sea mientras pones los dátiles en el recipiente para que yo pueda alguna vez vestirme como la mujer del astrólogo de la Corte y verme en el rango social al que por mi belleza tengo derecho!
No le dijo ni una palabra amable, no pensó por un momento en el torbellino que había en su corazón. Ella sólo pensaba en sí misma y en su victoria personal sobre la esposa del astrólogo de la Corte.
Mientras tanto, los cuarenta ladrones, a pocas millas de la ciudad, habían recibido información exacta respecto a las medidas tomadas para descubrirlos. Sus espías les habían contado que el Rey había enviado a buscar a Ahmed y al saber que el astrólogo había dicho el número exacto de ladrones que eran, temieron por sus vidas.
Pero el jefe de la banda dijo:
-Vayamos esta noche cuando oscurezca y escuchemos desde fuera de la casa pues bien podría ser una inspiración casual y nos estamos preocupando por nada.
Todos aprobaban el plan, así pues, cuando se hizo la noche uno de los ladrones escuchando desde la terraza justo después de que el zapatero rezase su oración de la noche, le oyó decir:
-¡Ah, aquí está el primero de los cuarenta!
Su mujer le acababa de dar el primero de los dátiles.
El ladrón, al oír estas palabras, volvió corriendo a donde estaba el resto de la banda y les contó que de algún modo, a través del muro y de la ventana, Ahmed había percibido su presencia sin verla y había dicho:
-¡Ah, aquí está el primero de los cuarenta!
Los demás no creyeron la historia del espía y a la noche siguiente fueron enviados dos miembros de la banda a escuchar, completamente ocultos por la oscuridad que reinaba fuera de la casa. Para su desconcierto, ambos oyeron que Ahmed decía claramente:
-Mi querida esposa, esta noche son dos de ellos. Ahmed, al haber terminado su oración de la noche, había tomado el segundo dátil que le daba su esposa.
Los sorprendidos ladrones corrieron en medio de la noche y contaron a sus compañeros lo que habían oído.
A la noche siguiente fueron enviados tres hombres y a la siguiente cuatro y así, continuaron durante todas las noches en que Ahmed ponía el dátil en el recipiente. La última noche fueron todos y Ahmed gritó en voz alta:
-¡Ah, el número está completo, esta noche están aquí los cuarenta!
Todas las dudas se disiparon, era imposible que pudiesen haber sido vistos, ocultos por la oscuridad como habían venido, mezclados con los transeúntes y la gente de la ciudad. Ahmed nunca había mirado por la ventana, incluso aunque lo hubiera hecho, no habría podido verles, pues estaban bien escondidos en las sombras.
-Sobornemos al zapatero astrólogo -dijo el jefe de los ladrones. Le ofreceremos todo lo que pida del botín y así evitaremos que le hable de nosotros al jefe de la policía mañana, susurró a los otros.
Llamaron a la puerta de la casa de Ahmed, era casi de día. Creyendo que eran los soldados que venían a llevárselo para la ejecución, Ahmed fue a la puerta con buen ánimo. Él y su esposa habían gastado la mitad del dinero en vivir bien y se sentía bastante preparado para partir. Ni siquiera se sentía apenado de dejar a su mujer. Ella, por su parte, estaba contenta, aunque lo ocultaba, de tener aún bastante dinero para gastarlo solamente en sí misma.
-¡Ya sé a qué habéis venido! -gritó Ahmed al mismo tiempo que el gallo cantaba y salía el sol-. Tened paciencia, ahora salgo a vuestro encuentro, pero ¡qué maldad estáis a punto de hacer!, y avanzó valientemente.
-Hombre extraordinario -gritó el jefe de los ladrones-. Estamos convencidos de que sabes a qué hemos venido, pero ¿permitirías que te tentásemos con dos mil piezas de oro y que te rogásemos que no dijeses nada del asunto?
-¿No decir nada?, ¿creéis honestamente que es posible que yo sufra tal injusticia y equivocación sin darlo a conocer al mundo entero? -dijo Ahmed.
-¡Ten piedad de nosotros!, exclamaron los ladrones y la mayoría de ellos se arrojó a sus pies- ¡Salva nuestras vidas y devolveremos el tesoro que robamos!
El zapatero no estaba muy seguro de si soñaba o estaba despierto pero, al darse cuenta de que eran los cuarenta ladrones, adoptó un tono solemne y dijo:
-¡Hombres malvados!, no podéis escapar a mi sabiduría que alcanza al sol y a la luna y conoce cada una de las estrellas del cielo. Vuestro arrepentimiento os ha salvado. Si restituís los cuarenta cofres haré todo lo que esté en mi mano para interceder por vosotros ante el Rey. Ahora id, coged el tesoro y colocadlo en una fosa de un pie de profundidad que deberéis cavar bajo el muro del viejo Hammam, el baño público. Si lo hacéis antes de que la gente de la ciudad de Isfahan esté de nuevo en pie vuestras vidas estarán a salvo si no, ¡seréis ahorcados!, ¡id, o la destrucción caerá sobre vosotros y vuestras familias!
Los ladrones salieron corriendo, tropezando unos contra otros, cayéndose y volviéndose a levantar.
¿Resultaría?, Ahmed sabía que tenía poco tiempo para descubrirlo. Era una posibilidad remota, pero estaba en grave peligro.
Pero Dios es justo. A Ahmed y a su esposa les esperaba la recompensa adecuada a sus méritos.
A mediodía Ahmed se presentó contento ante el Rey, quien dijo:
-Tu aspecto es prometedor. ¿tienes buenas noticias?
-Majestad -dijo Ahmed.- Las estrellas sólo garantizan una alternativa, o los cuarenta ladrones o los cuarenta cofres con el tesoro, ¿quiere su majestad elegir?
-Sentiré mucho no poder castigar a los ladrones -dijo el Rey.- Pero si tiene que ser así, elijo el tesoro.
-¿Y darás a los ladrones tu perdón, ¡oh, Rey!?
-Si -dijo el monarca-. Se lo daré si encuentro mi tesoro intacto.
-Entonces seguidme -dijo Ahmed y partió hacia los baños.
El Rey y todos los cortesanos siguieron a Ahmed, quien la mayor parte del tiempo iba con los ojos levantados hacia el cielo, susurrando cosas en su respiración y describiendo círculos en el aire.
Cuando terminó su oración apuntó hacia el muro orientado al sur y pidió que su majestad mandase cavar a los esclavos mientras aseguraba que el tesoro se encontraría intacto. En el fondo de su corazón esperaba que fuera verdad.
Al poco tiempo aparecieron los cuarenta cofres con los sellos reales intactos.
La alegría del Rey no tuvo límites, abrazó a Ahmed como un padre e inmediatamente le nombró Primer Astrólogo de la Corte:
-Declaro que te casarás con mi única hija, proclamó regocijado, puesto que has restituido las riquezas de mi reino y ante tal hecho, ascenderte de rango es un deber para mí.
La hermosa princesa que era tan bonita como la luna en su décimo cuarta noche, estuvo de acuerdo con la elección de su padre, pues había visto a Ahmed de lejos y le había amado en secreto desde la primera vez que lo vio.
La rueda de la fortuna había dado una vuelta completa. Al amanecer, Ahmed estaba conversando con los ladrones, negociando con ellos y, para el crepúsculo, era el señor de un rico palacio y el esposo de una mujer joven, bonita y de alto rango, que lo adoraba.
Pero esto no hizo cambiar su carácter y fue tan feliz siendo príncipe, como la había sido siendo un pobre zapatero.
Su anterior esposa, por la que había dejado de preocuparse, desapareció de su vida y obtuvo el castigo al que la condenó su insensata vanidad y su falta de sentimientos.
De este modo El Gran Diseñador, teje el tapiz de nuestra vida.