Los gansos del Capitolio
by avomega in
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29 by October by 2022
Lo que voy a contaros no es un cuento inventado ni muchísimo menos, sino una historia que ocurrió de verdad.
Sabréis que durante años, infinidad de años, centenares de años, o sea siglos, la ciudad de Roma fue reina y señora de todo el mundo conocido; quiero decir que Roma era la que mandaba y ordenaba y todos los demás pueblos tenían que obedecer. Pero no creáis que este enorme poder Roma lo hubiese obtenido sin esfuerzo; al contrario, mucha sangre y muchas guerras le había costado. En una de estas guerras sucedió lo que voy a contaros.
Sabréis que una vez Roma fue atacada por los galos (gentes que vivían en las Galias, el país que hoy se llama Francia) y estos galos llevaban tanto empuje que ya se habían apoderado de casi toda la ciudad, menos de una pequeña colina situada en el centro y que se llamaba Capitolina, porque en ella estaba el Capitolio, que era un templo dedicado a Júpiter, el dios principal de los roma nos, a Juno, su esposa y a su hija Minerva.
En este templo se criaban algunos gansos que se iban sacrificando en honor de Juno y antes de matarlos les hacían ayunar unos días.
Algo más allá del templo había una torre fortificada donde se habían acogido los senadores de Roma y mil jóvenes, los más valientes de la ciudad, que junto con algunos soldados se defendían tras las murallas que rodeaban el Capitolio; y lo hacían con tanto valor, que los galos, viendo que no podrían vencerlos, decidieron apoderarse de la colina por sorpresa.
Así fue que una noche, oscura como la boca de lobo, los galos creyeron que había llegado el momento. Los defensores del fuerte dormían sin duda alguna, los centinelas eran pocos y muy separados unos de otros; los perros, si no oían nada, permanecerían callados y quietos; ni un rayo de luna podría descubrirlos porque era tiempo de luna nueva. Así pues los galos se las prometían muy felices. Emprendieron la subida de la colina en el más profundo silencio, confiando coger a los defensores por sorpresa.
Los asaltantes se daban las manos para guiarse unos a otros; no levantaban un pie del suelo que no tuviesen el otro muy firme en él; que no crujiese ramita alguna, que no rodase un pedrusco, ale, ale… El silencio era absoluto, la oscuridad total; ya habían burlado la vigilancia de los perros; ya dejaban atrás a los centinelas…
Pero los gansos del Capitolio habían ayunado y la tripa vacía no es amiga de un sueño profundo; algo debieron de oír cuando arrancaron a chillar como endemoniados.
El primero en oírlos fue el defensor Manlio. Levantarse, coger su espada y salir como un rayo fue obra de un momento. Los galos ya escalaban el fuerte. Se abalanza sobre ellos con tremendos gritos mientras se reúnen rápidamente los demás defensores.
La lucha fue encarnizada, pero al fin los galos tuvieron que retirarse, dejando libre no solo el Capitolio, sino la ciudad entera. Los romanos quedaron agradecidísimos a los gansos del Capitolio y por eso durante mucho tiempo, cuando llegaba el aniversario de este hecho, organizaban una especie de desfile donde los gansos eran llevados triunfalmente en andas.
No sé cómo se las componían para que no escapasen; quizá les atasen las patas, o quizá las alas, o quizá los llevaran en jaulas doradas o plateadas… No sé, no sé…
Lo cierto y muy cierto es que los gansos del Capitolio salvaron a Roma.
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