Los muelles del saltamontes
by avomega in
Personal
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4 by May by 2023
¿Sabéis, amiguitos? Los saltamontes, a pesar de ser insectos y no animales, respiran, sienten y sufren como cualquier otro ser vivo de la tierra. Al menos eso se cree, debido a la historia del saltamontes triste. Cuenta una leyenda que circula por los campos y praderas del mundo, que una vez existió un saltamontes tan triste y desdichado que pronto su caso se hizo conocido aquí y allá. Aquel saltamontes tenía una patita mucho más corta que la otra, y aquella situación le hacía sentirse el más desgraciado del mundo.
El saltamontes no hacía otra cosa que lamentarse y avergonzarse de sí mismo, volviendo también triste y gris la vida de aquellos que tanto le querían y apreciaban. Y es que en el fondo, por más que todos ellos intentaban animar al saltamontes para que no se entristeciera, no podían hacer nada para que pudiese saltar, y aquel era el único afán del pobre saltamontes.
Una cucaracha anciana y una lombriz eran los mejores amigos del saltamontes, que no paraban de planear y de urdir historias con las cuales poder conseguir que su amigo saltase. Y en esto que un día se toparon en el bosque con unos muelles que, sin duda, algún humano maleducado había tirado por allí. Pero como no hay mal que por bien no venga, la cucaracha y la lombriz vieron en aquellos muelles una excelente oportunidad para cambiar la vida al saltamontes. Ni cortos ni perezosos se apresuraron en busca de su amigo para darle la sorpresa que habían encontrado. Con aquellos muelles, poniéndose uno cada vez en la patita que tenía más corta, el saltamontes podría poco a poco igualarse en saltos a los demás.
¡Mira lo que traemos! – dijo entusiasmada la cucaracha al saltamontes- Con esto no dejarás de saltar y podrás sentirte finalmente como un verdadero saltamontes.
Al principio el saltamontes se encontraba extraño. No sabía muy bien si aquello podía ayudarle en algo a su problema de tener una patita más corta que la otra. Sin embargo, una vez que decidió dejar a un lado la vergüenza, pudo calzarse los muelles y saltar y saltar hasta cansarse. ¡Qué sensación tan bonita era lanzarse sin miedo hacia las nubes!
Y precisamente eso, las nubes, fue lo que el saltamontes ya no tuvo nunca más en su vida. Había comprendido que todo, hecho con buena fe y grandes intenciones, tenía solución. Sus grandes amigos le habían cambiado la vida