El árbol que no sabía quién era
by avomega in
Personal
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17 by June by 2023
Érase una vez un gran jardín en el que había hermosos manzanos, perales, naranjos…, incluso hermosos rosales en los que crecían rosas de todos los colores. Todos estaban satisfechos y todos eran tan felices como se puede ser. Todos menos un árbol, el cual sufría día y noche, pues no sabía qué era. Veía a los demás árboles dar frutos o flores, pero el permanecía flaco como una rama y apenas con hojas, preguntándose qué podría ser él.
Fábula el árbol que no sabía quién era
Sus vecinos en el jardín siempre le daban soluciones a sus problemas. Así, el manzano le decía:
—¡A ti te hace falta concentración! ¡Si te concentraras podrías dar manzanas como las mías, grandes y rojas, que a todo el mundo gustan!
Pero por más que se concentraba, el árbol no podía dar manzanas.
—¡No escuches al manzano! —decían un rosal— ¡Es más fácil tener rosas! Todo lo que tienes que hacer es dejar que las rosas crezcan, y no hay nada más hermoso que una rosa roja. ¡Todos prefieren las rosas a las manzanas!
Pero aunque quería seguir los consejos de los rosales, el árbol no podía tener rosas.
Entonces, un buen día, al jardín llegó un búho, que es la más sabia de las aves, y al ver la desesperación del pobre árbol dijo:
—No tienes que preocuparte, pues tu problema no es tan grave como crees. Es un problema que tienen muchos seres sobre la tierra y que puede solucionarse fácilmente con este consejo que te voy a dar: no pierdas el tiempo intentando ser lo que los demás quieren que seas. Nunca lo lograrás y la vida se te irá en ello. En cambio, intenta conocerte mejor a ti mismo y descubre cuál es tu voz interior. De esa forma podrás saber quién eres finalmente.
Tras decir esas palabras el búho se fue, y el árbol se quedó pensando en lo que le había dicho: «¿Voz interior? ¿Conocerme a mí mismo? ¿Saber quién soy?». Todas aquellas preguntas sonaban en los oídos del árbol sin parar, por lo que decidió hacer caso al búho y dejó de escuchar lo que decían sus vecinos del jardín, intentando tras esto conocerse mejor a sí mismo.
Y así, poco a poco, llegó a una hermosa conclusión: «Yo nunca daré manzanas porque nunca seré un manzano; tampoco podré florecer cada primavera con hermosas rosas porque yo no soy un rosal. Entonces, ¿qué soy? Yo soy un roble, y mi destino es crecer, grande, fuerte y majestuoso, para dar sombra a todos los animales que se posen debajo de mis ramas y de mis hojas; dar un lugar a los pájaros para que puedan descansar y también fijar sus nidos, y hacer más hermoso el paisaje con lo grande e imponente que seré. Sí, yo soy un roble, y nunca más intentaré ser algo que no soy».
Después de haber llegado a aquella importante conclusión, el antaño árbol flaco como una rama, con apenas unas pocas hojas, empezó a crecer y a crecer grande y majestuoso como solo pueden ser los robles. Y es que, amiguitos, solo conociéndose a sí mismo y escuchando su voz interior, pudo el árbol saber quién era al fin, volviéndose el gran roble que siempre estuvo destinado a ser, respetado y admirado por todos.
¡Qué felicidad se respiró desde entonces en aquel jardín!