un amor critica
by Albertocinefilo in
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26 by September by 2023
Desde el éxito de ‘Verano 1993’, al cine español, particularmente dirigido por mujeres, le ha dado tiempo de cansarse de volver al pueblo como símbolo de la admiración hacia la España Vaciada frente al urbanismo que nos asola (en ‘Cinco lobitos’, ‘Secaderos’ o ‘Alcarràs’). De hecho, tras este periodo de idealismo neorrural -en el que hemos tenido tiempo hasta de vivir una etapa surrealista con ‘El agua’, ‘Destello bravío’ o ‘Tierra de nuestras madres’-, ahora le ha toca subvertirse a sí mismo con propuestas tan deliciosamente maliciosas como ‘Suro’, ‘20.000 especies de abejas’ o ‘As bestas’. Ya era hora de que le llegara el turno de volver al pueblo a Isabel Coixet para mostrarnos que tras las bambalinas de los niños jugando en los sembrados y las adolescentes soñando con un futuro en la ciudad hay un mar de duras calamidades donde encontrar humanidad es cuestión de lotería.
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Un… ¿Amor?
Coixet adapta en ‘Un amor’ la novela original de Sara Mesa del mismo nombre casi sin tocarla: se salta un par de diálogos aquí y allá, convierte a Nat en alguien menos insegura (por suerte, dado que en la novela llegaba a ser insufrible) y trata de no traicionar el ambiente opresivo y terrorífico de La Escapa, que en la película ni tan siquiera llega a nombrarse, haciendo crecer el sentimiento de identificación. Este no es tu pueblo, o quizá sí. En todo caso, podría serlo. Porque en todos los sitios habita gente como el casero metomentodo misógino, el amigo autodenominado sensible dedicado al mansplaining (y las vidrieras), la familia que solo llega los fines de semana y esa pareja inaudita de la que hasta los rincones cuchichean.
‘Un amor’ pega la vuelta a la moda neorrural sin temer señalar el terror de Nat al tener que vivir en un entorno que se escapa de todo lo que conoce. Acostumbrada al ruido de la ciudad y un trabajo que -creía- dejaba su huella en el mundo, el sonido de los perros aullando, la mala educación de algunos vecinos, su incomprensión sobre un nuevo tipo de socialización y sus horas delante del ordenador sin verse con fuerzas para enfrentarse a la página en blanco sin traducir la sobresaltan e incomodan con una presión que el espectador casi puede sentir en el pecho. Al fin y al cabo, la protagonista está enclaustrada dentro de una prisión que se ha autoimpuesto y cuyos motivos no conoceremos hasta mucho más adelante. Su única válvula de escape es la de dejarse llevar por una idealización romántica absolutamente delirante que marca su tiempo allí en todos los sentidos.