Otra historieta
by erpatodekaze in
Personal
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24 by February by 2016
Hoy, en lugar de contaros mis aventuras cotidianas, os contaré los hechos acontecidos el 22 de febrero en mi pueblo, y en este caso los protagonistas son mis padres. Toda esta historia la contaré desde el punto de vista de mi progenitor, Aurelio.
En primer lugar, para que os situéis, vivimos en zona rural agraria en la dehesa del río Tietar. Ésto significa que la población en la que mi familia y yo estamos empatronados está a unos quince o veinte minutos en automóvil, todo depende de las condiciones climatológicas.
El día comienza a las siete de la mañana, cuando mi respetado padre, el señor Aurelio, es despertado por su esposa para acudir al centro médico. El señor Aurelio lleva un tiempo notando que su tensión anda un poco por los cielos, por lo que ha dejado de lado su desprecio hacia los doctores y ha empezado a pedir citas para hacerse revisiones esporádicas. Saca los pies de la cama y sale pitando al cuarto de baño a la misma velocidad que el aire frío mañanero congela su presidenciales posaderas de cabeza de familia. Se ducha, hace sus necesidades que consisten en aguas mayores y aguas menores, todo a la vez y como un reloj cada mañana, y se dirige a la cocina a prepararse su café en un cazo. Ya en el salón, hace migas un poco de pan y lo mezcla con el café, porque a mi padre le gusta tomar su pan con café en un cazo en el comedor, cerca de la estufa de leña.
Mientras mi padre se duchaba, mi madre desayunó y atizó la leña, por lo que cuando mi padre salió, mi madre se duchaba mientras mi padre desayunaba, y así el trabajo en equipo se completa.
Una vez estando los dos limpios, desayunados y vestidos, se montaron en el coche y marcharon a su centro correspondiente situado en las afueras de nuestro pueblo. Esperaron y esperaron, y allí les daban las 10... Y las 11, cuando la cita de mi padre era las 9:30AM y el matrimonio estaba esperando en la sala de espera desde las 8:00AM. ¿Qué estaba ocurriendo?
Fue en ese momento en el que a mi madre se le puso la mosca detrás de la oreja y preguntó a un señor mayor que a qué día se encontraban. "Lunes 22 de febrero" contestó el señor amablemente a mi madre. A Aurelio se le arrugó el hocico y respondió "imposible, hoy es 23" el señor se lo negó y volvió a insistir en que ese día era lunes 22. Otro hombre se unió a la gresca a favor de mi padre, ya eran dos contra uno en favor de que estaban a 23, cuando mi madre, harta de tanta algarabía y queriendo resolver la disputa de forma rápida, sacó su telefono. "Aurelio, que estamos a 22". Y a mi padre se le volvió a torcer el bigote, y al señor que estaba de su parte también, por lo que ambos sacaron sus teléfonos y corroboraron que, en efecto, se hallaban en un frío lunes 22 de febrero. No teniendo nada que hacer allí, ambos se marcharon del centro.
"Aurelio, vamos al DIA a comprar algunas cosas que nos hacen falta" comentó mi madre, y mi señor padre acompañó a Antonia a hacer la compra. En la puerta del mercado había un hombre que mi padre reconoció como su amigo Felipe, por lo que exclamó "¡Felipe!". El hombre de la puerta ni se inmutó, por lo que mi padre volvió a gritar su nombre. Ya viendo que éste parecía no escucharle, mi padre se acercó a él y palmeó su espalda " ¡Pero bueno, Felipe! ¿Es que no me reconoces?" preguntó mi padre un poco decepcionado. "Disculpe, señor, pero me parece que usted se confunde de persona." Mi padre se echó a reír "¿Cómo me voy a estar confundiendo? ¿Pero qué te pasa Felipe? ¿Tanto tiempo hace desde que nos vimos que no sabes quien soy?" el hombre volvió a repetirle a mi padre "señor, que no soy felipe, que se ha confundido usted" y Aurelio, comprendiendo que insistiendo más aquél sujeto no iba a convertirse en Felipe, lo dejó estar y pidió disculpas, las cuales fueron aceptadas por el tolerable hombre al que casi destruyen su identidad, afirmando que, de vez en cuando, todos confundimos a personas que no conocemos por otras que están habitualmente en nuestro día a día.
Como mi madre sintió que aquello fue suficiente ridículo por un día, le dijo a mi padre que efectuasen sus compras y se marcharan.
Cuando mi padre conducía hacia casa y estaba ya metido en las carreteras secundarias pertenecientes a la zona de regadío en la que residimos, mi madre le dijo "Aurelio, ¿no será que hoy sí que tenías que ir al pueblo y lo has confundido con la consulta? ¿No tendrás que ir al ayuntamiento o algo?" Mi padre, confiando más en el juicio de mi madre que en el suyo propio, cambió de sentido en el volvedero más próximo y volvió a subir hacia el pueblo.
Una vez en el ayuntamiento, se encontraron con Paquita, la mujer de Ramón, quien murió el año pasado dejándola viuda. Mi padre no pudo evitar pensar en el día del entierro y recordó que tanto mi madre como él le dieron el pésame por el fallecimiento. Mi madre se acercó a Paquita para saludarla "Buenos días, Paquita, ¿qué tal está Ramón" Muerto y enterrado, madre, cagada monumental. La pobre Antonia pidió disculpas a la mujer por decir algo como aquello, ya que mi madre siempre tiene la costumbre de preguntar a sus conocidos por todos sus familiares. Una costumbre tan benevolente como ésta puede arrastrarte a errores tan incómodos como el de preguntar a una viuda por su marido o a un huérfano por su padre incluso después de haber estado en sus funerales.
"Mira, Antonia" murmuró mi padre a mi madre "vamos a quedarnos los dos calladitos y no diremos nada a nadie, vamos a gestionar lo que tengamos pendiente y vamos a largarnos de este condenado pueblo porque hoy no es nuestro día". Y así hicieron. Gestionaron sus papeles sobre las rentas agrarias y el reparto de terreno anual y se montaron en el coche para volver a casa.
Llegaron y sacaron las bolsas de la compra. Bolsas muy ligeras, ya que al desear largarse del mercado por el ridículo que habían hecho en la sala de espera de la consulta y confundiéndose con el supuesto Felipe, se habían distraído y cogido la mitad de las cosas que necesita una casa donde viven cuatro personas, seis cuando vienen mi hermano mayor y su novia. Por lo que si no llevo de compras pronto a mi madre, nos tendremos que limpiar el culo con hojas de naranjo, lavar el pelo con jabón de sosa, cenar las sobras del cubo para los perros, afeitarnos con el cuchillo jamonero y depilarnos las cejas con cinta americana. Yo por lo menos agradezco que se acordara de mis tampones entre tanta confusión, porque como habréis leído en mi anterior post, tengo un problema a la hora de predecir mis períodos y no creo que nada de lo que a mi ingenio se le ocurriera para evitar la matanza de Texas en mis bragas fuera a ser cómodo...
Gracias por leer y espero haber entretenido a mis lectores y haber sacado alguna que otra risilla
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