Qué bonito se ha quedao el día
by erpatodekaze in
Personal
0
10
1 by March by 2016
Hoy os quiero hablar de una sensación que he llevado sintiendo desde hace un tiempo y que me está hundiendo en la más ruin mierda.
Vale, yo en mi pueblo nunca he sido muy sociable por una serie de razones que no vienen al cuento pero que son bastante comprensibles, por lo que las enumeraré de igual manera. Primero, siempre he pensado de una forma distinta que el puñado de cabestros entre los que vivía. No por ésto digo que yo sea mejor o peor que ellos, pero sí que puedo decir y sin alejarme de la modestia que, en comparación soy el adalid de la tolerancia y el respeto, y eso que en muchas ocasiones soy una cerrada de mente. En segundo lugar, mi familia nunca ha gozado de muchos kilos en nuestra cuenta bancaria. Traducción: pobres. ¿Consecuencia? Tenía que llevar ropa de segunda mano o adquirida en los mercados alternativos no convencionales, AKA: el tenderete del gitano. ¿Qué sucedía? Que los niños de mi pueblo se creían mejores que mis hermanos y yo porque ellos “llevaban ropa de marca”, nos llamaban “pobres”, decían por ahí que no nos duchábamos y eramos unos guarros. Se han metido conmigo y mis hermanos toda la vida y ese mal trato hacia mi persona creó un odio incondicional hacia cierto tipo de personas con un comportamiento que sigue el patrón que propicia la marginación y el acoso a personas como yo. No sabría describir a éste tipo de personas o definir sus personalidades, ya que básicamente las identifico por instinto y soy completamente incapaz de socializar con esas personas o sentir algún tipo de simpatía por ellas. Incluso cuando en realidad esas personas a las cuales mi instinto les ha colgado la cruz son buena gente, el rencor que cebaron mis “compatriotas” a base de insultos y discriminaciones, piedras y palos, hay veces que juzgo un libro por su portada.
Nunca me ha gustado culpar a nadie de ninguno de mis defectos, pero esta vez, es así. Uno no toca el fuego porque sabe que quema. Y la única forma de saber que quema es tocándolo. Lo mismo me pasa a mí con muchas personas a las que no tengo la oportunidad de conocer por mi trauma, de la misma forma que aquellos que me maltrataron jamás me dieron la oportunidad a mí. Es una especie de toma y daca.
Hasta los 18 estuve en mi pueblo. Sin amigos, sola en los recreos en el instituto, soportando todo tipo de vejaciones y burlas “porque estaba sola”. Sí, en el instituto se reían de mí porque era una marginada. De pequeña me dieron la espalda porque era “pobre, fea y guarra”, y de mayor se reían de lo que ellos mismos habían creado. En mi clase estaban los típicos que me preguntaban cosas por morbo, para crear un perfil que me definiera a partir de sus interpretaciones de mis respuestas. Me preguntaban cosas como que qué clase de música escuchaba, que si me gustaban los “dibujitos animados”, que por qué había repetido en dos cursos de la ESO cuando “yo era tan lista”... Y yo, encontrando veneno en cada palabra que decían (Porque encima el tono de sus voces cuando me hacían esas preguntas segregaba burla por todos sus poros...), respondía cebada con el odio y el rencor hacia aquellas “personalidades”. Respuestas cortas y bordes y a veces ni eso. Les ignoraba, sudaba de ellos, y ellos más se cebaban sabiendo que “la rarita friki” algún día explotaría. “Rarita friki”, porque según ellos yo escucho “cosas de chinos” y no tenía amigos porque YO QUERÍA. En primer lugar, no me gusta nada la música asiática. En segundo lugar, estar sola y marginada en mi zona no es algo que yo eligiera. Y en tercer lugar, si yo escucho “cosas de chinos” ES COSA MÍA Y NO TENGO QUE RENDIRLE CUENTAS A NADIE.
Además mi madre no ayudaba, porque estaba convencida de que si yo no tenía amigos era culpa mía y de mi personalidad, teoría que se metió por el culo a los dos meses de empezar a vivir yo en Segovia.
Pues ahí íbamos, a los dieciocho, el último día de clases, mis “compañeros de clase” se reunieron a mi alrededor a hacerme preguntas, porque todos sabían donde iban a ir cada uno (casi todos al pueblo de al lado a hacer bachiller o un PCPI, el 99% al PCPI), pero nadie sabía a donde iba a ir la amargada de la clase y se creían que les iba a hacer mucha gracia mi respuesta, porque habiendo repetido dos veces en la ESO, la gente se comenzó a inventar el rumor de que mi padre había comprado doscientas cabras para que, al terminar yo el instituto, me hiciera cargo de ellas y me convirtiese en cabrera.
Porque los jóvenes de mi pueblo se ríen de otros jóvenes si van a ser cabreros, porque los jóvenes que se hacen cabreros hoy en día es porque son unos fracasados cuando, hace 20 años, la mayoría de sus padres tenían que vivir de las cabras de sus abuelos, al igual que los jóvenes cabreros de hoy de los que se están riendo.
Me preguntaron, usando el diminutivo de mi nombre para intentar que yo les respondiese de buena gana “¿Y tú dónde vas a acabar el año que viene?” y no se esperaron mi respuesta, cosa que otro con dos dedos de frente sí que habría anticipado: “A tomar por culo de aquí, cuanto más lejos mejor. Porque no quiero volver a veros el jeto A NINGUNO.”
Y se escandalizaron, porque no entendían el por qué de aquel arranque de ira, porque no comprendían el porqué aquella persona a la que habían estado anulando durante 18 años les había explotado en la puta cara, la verdad, es que luego la rara, la friki y la amargada soy yo.
Eché la preinscripción en un bachiller de artes de Salamanca, en el de Segovia, en Burgos y en Palencia. Finalmente, hubo una plaza para mí en Segovia y allí que me fui a la semana después de que me llamaran por teléfono para informarme de mi admisión.
La fantástica idea de mis padres fue inscribirme en una residencia religiosa femenina para que viviera allí, porque estaba a cinco minutos del instituto, en pleno centro. Me daba todo el puto asco, pero ya os hablaré de la residencia y sus peculiaridades en otro post.
Para empezar, la residencia estaba LLENA de ese tipo de personas a las que mi instinto rodea con un boli rojo para inscribir inmediatamente una cruz. “ESTA PERSONA NO”. De hecho, procuré no tener ningún tipo de relación con ninguna chica de la residencia. Si habéis vivido en un campus o en una residencia en la que las comidas se celebran en una sala común, estaréis de acuerdo conmigo en que la mejor forma de conocer de qué pasta está hecho cada uno es escuchando de lo que habla con los demás mientras come. Por ello, yo mientras comía con la cabeza pegada a mi plato, tenía las orejas como un parapente y escuchaba auténticas barbaridades, cosas por las que dices “NO. NO. CON ESA PERSONA YO NO QUIERO RELACIÓN ALGUNA.”
Tenía miedo, porque viendo el panorama de la residencia no me quería ni imaginar lo que me iba a encontrar en el instituto, y los dos años de bachiller ya se me estaban haciendo eternos sin haberlos empezado siquiera.
La cosa es que durante la primera semana allí me dije a mí misma “Mira, sé pasiva. Ve al instituto y lo que pase pues que tenga que pasar, que te digan lo que quieran. Tu a tu puta bola, si total, van a ser dos años y ya no vas a tener que volver a pisar por todo aquello.”. Muy bien, pues con esa mentalidad yo fui al instituto, fui a mi bola, si me preguntaban algo yo respondía de buen rollo e intentaba ayudar con lo que pudiese. Cuando estábamos en volumen (una asignatura que va de moldear arcilla y estudiar pues eso, el volumen en el espacio. Es más complicado de lo que parece, aprobarlo está jodido y las esculturas más.) y en dibujo artístico, podíamos hablar de lo que queríamos, por lo que la gente comenzaba conversaciones a las que yo les aportaba algún chiste o alguna opinión que alargaba la charleta, y empecé a relacionarme y a abrirme a la gente como nunca lo había hecho. Ya no tenía tanto miedo a la traición y al dolor que me pudiesen provocar como cuando vivía en el pueblo. Me daba igual, si tenía que sufrir, ya se pasaría, pero ésta vez no iba a acabar sola. Cuando comencé a hacer amistades fue en una conversación que teníamos en volumen, en la que una chica de mi clase y un chaval hablaban de anime, y de repente uno dijo “¿eso no son los dibujitos de los chinos que ven los frikis?” y yo contesté con algo como “no son de frikis, la animación asiática es un género como otro cualquiera, y bastante conocida y venerada en todo el mundo”. El chaval se calló la boca y a la chica le caí bien. A partir de ésta muchacha conocí a Rocío, una de mis mejores amigas y con las que más horas he pasado en Segovia. Después, al instituto llegó un chaval que fue transferido de un bachiller de ciencias. Era muy callado y tímido y no hablaba con nadie, hasta que un día trajo al instituto una camiseta de Zelda y le pregunté con sincera curiosidad que qué juego era el que le gustaba más, y que si podía hablarme de las sagas y la historia un poco ya que yo solo tuve oportunidad de jugar al Minish Cap cuando me compré el móvil y le puse el emulador, ya que siempre hemos tenido problemas de dinero y rara vez una consola ha entrado en mi casa, salvo la gameboy de mi mellizo y las nintendoDS que las siguieron después, pero siempre con mucho ahorro y esfuerzo y nos hemos podido permitir muy poquitos videojuegos. Pues así seguimos hablando, y de los juegos fuimos a las pelis, y de las pelis a la música, y de la música a las series y a la animación. No concordábamos en gustos, pero por el respeto que nos proferíamos nos hicimos buenos amigos, y de ahí se expandió el grupo, y me metieron en la secta del Lol (en la que soy un desastre aunque lleve dos años enteros jugando y me dé la sensación de que soy la única tía en el mundo que juega personajes tanques y a va a jungla). A partir del lol conocí a más amigos y a más gente, e inventamos el “relio”, reuniones que celebrábamos cada jueves en el 100 MONTADITOS de Fdez Ladreda para ponernos ciegos a cerveza y reírnos un rato.
Y así se construyeron los dos mejores años de mi vida. Acostumbrada a vivir sin amigos y odiada irracionalmente, di el salto a tener un grupo de amigos que entre los cercanos suman más de diez, y en los menos cercanos, somos más de cuarenta. Siempre tenía con quien salir, con quien ir juntos a clases (o con quien hacer pellas...), con quien fumarme un cigarro en el recreo... Siempre me divertía y me lo pasaba genial, y nuestras salidas nocturnas se convertían en leyendas por el instituto, unas auténticas locuras. Pero llegó el último año, y me tuve que ir. Y encima como repetí con sólo una asignatura (y por sólo una asignatura no me voy a tirar pagando otro año de residencia...), pues me fui a mi tierra de vuelta con una mano delante y otra detrás, sin el título de bachiller, sin poder hacer el módulo de Ilustración (porque mis padres dicen que no van a pagar por algo que no tiene futuro), ni ningún otro módulo o curso. Porque las fechas de los exámenes son tan impredecibles y tengo que echar un día o incluso más para hacerlos y entregar trabajos que, en el hipotético caso de que hubiera empezado un módulo, es posible que hubieran coincidido días de exámenes y trabajos y perdería días lectivos (mi profesora es muy inflexible y está putamente loca). Intento buscar trabajo en Segovia y en mi zona para poder sacar dinero. Como no tengo experiencia ni estudios, me rechazan en todos lados. Eso sí, para “agente comercial” me llaman cada cinco minutos, cuando lo que yo necesito es un trabajo que me asegure algo de estabilidad aunque sea por unos meses.
Así que aquí estoy, de nuevo, en mi tierra. Sola, sin mis amigos, carente de cualquier motivación, enclaustrada en mi finca porque no quiero pisar mi pueblo para nada, rodeada de viejales que no entienden “por qué una muchacha de mi edad no va a las fiestas del pueblo” (¿con quién voy, gilipollas? ¿Para qué, panda de lumbreras?), de tareas asquerosas que tengo que hacer en mi casa y con las que me pongo hasta el cuello de mierda y potencian mi capacidad creativa a la hora de cagarme en todos sus muertos con diplomacia. Y he cambiado muchísimo desde que vine de Segovia y estoy amargada. Siento el mismo dolor que antes de irme a esa ciudad. La diferencia estaba en que entonces no había probado la felicidad y no podía comparar. Pero después de saber lo que es ser una persona con amigos y vida social y pasar directamente a volver a donde estabas al principio... Ver cómo tus amigos están lejos y se distancian más, ver cómo cada uno empieza a trabajar o estudiar en otro sitio y están demasiado ocupados para pasarse por el grupo del whatsapp a decir “hola” o echarse un lolete o algo... Y ver que tú sigues estancado en el mismo sitio, sigues como estabas al principio y no avanzas... Cuando te levantas a las 12 del mediodía porque eres un nini, un desperdicio social, algo en lo que nunca te has querido convertir y piensas “¿Y qué hago ahora?”. Se me han quitado hasta las ganas de dibujar, que era mi única pasión, para lo único que más o menos servía. Sólo tirarme en la cama o sentarme delante del ordenador a ver alguna peli o alguna serie y esperara que alguien te pregunte que si quieres echarte unas partidas al lol o al Guild of Wars 2.
Sospecho que padezco síntomas de depresión, y ese sentimiento que me come por dentro y del que hablaba al principio de toda esta palabrería sin sentido es el vacío existencial y la crisis personal más gorda a la que me haya enfrentado.
Y tengo miedo de ir al psicólogo para hablar de lo que me pasa porque no quiero andar tomando antidepresivos desde los 21 años, porque sé que me va a confirmar lo obvio.
Estoy muy hecha mierda y ya no sé qué más hacer. Gracias por leer y saludos.
10 COMMENTS