Continúa el cuento

Básicamente solo se podía llegar a ella en avión porque se encontraba rodeada de grandes remolinos que los barcos no podían atravesar sin naufragar.

Cuchuruchu contaba con una amplia vegetación, que proveía de alimentos a los exiguos habitantes del lugar, pero también albergaba una fauna salvaje y peligrosa.

Desde las alturas del monte Cachirulo, donde se encontraba la joven Chandra, se podía observar toda la isla.

Eran unas vistas espectaculares y a Chandra le encantaba pasarse allí horas oteando el horizonte.

Fingía que su mundo era diferente, que los problemas se diluían en la bruma que cada tarde ascendía desde el mar, y soñaba que escapaba de aquella isla para emprender el viaje de su vida.

Giraban el sol y la luna sobre aquella chica como dos aves que orquestan un eterno baile a un compás muy lento. Desde el monte apenas se veía la playa bajo la línea de árbol. Desde la playa no se distinguía la línea entre el cielo y el mar. Durante años, aquella rutina se mantuvo inalterable.

Había intentado amar aquel lugar, se decía Chandra, y siempre sin éxito. Demasiada tranquilidad, demasiado estatismo. Según pasaban los años y se adentraba en la juventud, se daba cuenta de que la isla la ahogaba, de que necesitaba un cambio. De pronto, oyó un inesperado crujido a su espalda, seguido por una respiración pesada.

Intentó girarse de un salto, pero no pudo, pues estaba sujeta por los hombros. -Al fin te encuentro, cariño. Me ha costado bastante escalar hasta aquí.- Dijo Imrahil, aún jadeante. Era hijo del líder la aldea, ella hija del jefe del clan guerrero y ambos estaban prometidos desde su nacimiento. -Maldito, me has asustado- dijo Chandra -¿qué haces aquí?-

Justo lo que le faltaba a Chandra: la aparición de Imrahil no hacía más que empeorar las cosas.
- ¿Acaso no puede el hijo del líder de la aldea disfrutar de su futura mujer?
Las venas de Chandra empezaron a hervir de furia.
- Lárgate, Imrahil. No estoy de humor - respondió la joven intentando zafarse de sus hercúleas manos.
- Vamos, no seas tonta. ¿Qué respuesta es esa?
Chandra no respondió, pero la furia empezó a consumirla. No quería a Imrahil. El joven era engreído y arrogante, sin un ápice de empatía hacia los demás. Su fuerza y apostura solo eran superadas por su egoísmo. La muchacha solo quería largarse de allí: ni matrimonios concertados, ni ataduras a una casa.
De repente, notó que la presión de las manos de Imrahil sobre sus hombros disminuía hasta desaparecer por completo, al tiempo que el chico lanzaba una exclamación.
- ¡Ah! Estás ardiendo. Me has quemado la mano.
Chandra frunció el ceño. ¿Qué estaba diciendo aquel idiota?