La Princesa Mononoke
by Un Juntaletras más in
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27 by October by 2016
"Hace mucho tiempo, la tierra estaba cubierta de bosques" Con esta declaración de intenciones , que bien podría resumir gran parte de la obra de Miyazaki, se presenta Ghibli en una de sus obras más reconocidas a nivel mundial.
Esa frase, que puede recordar estéticamente a otros inicios clásicos de cuentos de hadas, encierra una profunda reivindicación ecológica que se verá abiertamente desarrollada a lo largo de toda la película.
La Princesa Mononoke cuenta la historia de Ashitaka, un joven que sufre una maldición mortal al defender a su aldea del ataque de un demonio jabalí. En su camino para encontrar al Espíritu del Bosque y pedirle que haga desaparecer la maldición, Ashitaka se encuentra con una guerra a muerte entre los humanos de una ciudad amurallada de herreros y el bosque, representado y defendido por bestias sagradas. Y entre esas bestias se encuentra San, una joven que fue criada por lobos.
Como digo, la historia tiene un más que evidente tinte ecologista. Y más que eso, diría que es una muestra de odio hacia los humanos que han perdido su humanidad en favor del egoísmo y la avaricia. Durante el 90% de la película podemos ver las muestras de la personalidad humana en ese momento de la historia. De hecho, no resulta difícil leer entre líneas que todo el mundo tiene la violencia en la sangre. Puede que unas veces surja por motivos nobles o no, pero está claro que se trata de un elemento presente en cada ser humano. Incluso Ashitaka, que se repite en más de una ocasión que debe mirar sin odio, cae en la violencia, breve pero existente, cuando San ataca la ciudad de Eboshi. De hecho, ese odio, ese rencor, esa violencia, se representa de una forma tan plástica como es la maldición, que llega a bañar al mismísimo Espíritu del Bosque.
Y digo humanos porque, aunque la narración se centra en los herreros, se muestran muchas más clases sociales, como los samuráis y los campesinos, típicos en la cultura histórica japonesa. Pero también comerciantes, cazadores, monjes, vigías, ladrones, asesinos... Lo cual añade realismo a la historia al representar a una población más heterogénea y esa sensación que comentaba de odio a la humanidad inhumana. Aunque limita por necesidades obvias de guion y tiempo la presencia de personajes más dispares, plantea los suficientes como para mostrar que ese mal se extiende por todo el mundo.
Además, la propia San repite esto una y otra vez cuando le dice a Ashitaka que odia a los humanos, que ellos están matando al bosque. Sin embargo, aunque la idea es exactamente la misma solo que expresada de forma directa, toma un aire mucho más poético y triste a la par que bonito si pensamos no en que San habla en voz del bosque sino que habla en voz de lo que es, casi una niña. Con todos los humanos que aparecen en la historia, solo estos dos chavales, San y Ashitaka, comprenden el daño que hace el ser humano a la naturaleza. Y si lo pensamos, se asemeja bastante a la realidad en cuanto a que los niños parecen tener una conexión especial con los animales y la naturaleza en general. Algo que los adultos perdemos en algún momento sin darnos cuenta o sin querer verlo.
Al mismo tiempo, el papel de Ashitaka es durante toda la película el de mediador. Es la única persona que cree que el bosque y los humanos pueden convivir en armonía. Y repito: es la visión de un niño. Busca una utopía imposible por el pensamiento egoísta de los humanos. Y a pesar de ello, logra una aparente y momentánea paz entre los supervivientes de ambos bandos.
Y como decía, la primera frase con la que se presenta la película resume todo esto de una manera muy elegante. Va a contarnos un cuento de hadas, pero antes de que lo sepamos va a decirnos que hace mucho tiempo la tierra estaba repleta de bosques. Si eso es así, significa que hoy ha cambiado. Hoy han desaparecido millones de bosques en todo el mundo y, aunque todo lo que viene detrás es fantasía que envuelve un drama histórico, eso es completamente verdad. Y a poca conciencia que tengas, esa frase se te va a clavar en el alma durante mucho tiempo. Y cuando termine la película, volverás a esas pocas palabras, cogerás todo lo demás que hay en las dos horas y poco de metraje y no podrás evitar reflexionar sobre qué cojones estamos haciendo.
Y si bien es cierto que la defensa de la ecología es seguramente el leitmotiv más evidente a lo largo de toda la obra del grandísimo cineasta, no se puede tapar las implicaciones bélicas en muchas de sus películas, destacando en especial El Castillo ambulante y La Princesa Mononoke. Y por lo general, se muestran las guerras como situaciones inútiles en las que nadie obtiene ningún beneficio.
Y si tomamos una guerra no como un gran enfrentamiento militar sino como la acumulación de violencia y odio que se libera de forma progresiva hasta llegar a un éxtasis, esta película está plagada de ese cuadro. Y siempre con la idea de restarle el más mínimo valor, mostrando la peor cara del ser humano y desmitificando a personajes como los samuráis, que siempre se han considerado en el cine y la literatura moderna como individuos leales y nobles, a los que Miyazaki pone casi como a mercenarios sin moral.
Mirando un poco más el detalle, La Princesa Mononoke esconde a simple vista un alegato feminista en toda regla, cosa cada vez más habitual en la obra de Miyazaki desde su inicio pero que se muestra de una forma excepcional y desbordante en esta película.
Por una lado, es evidente la actitud guerrera y justiciera de San. Si bien sus actos podrían ser cuestionables, es indiscutible que sus motivos no lo son. Y tiene más valor si pensamos en que ha dedicado literalmente toda su vida al bosque.
Y en la otra orilla tenemos a las mujeres de Eboshi, que no a Eboshi. La señora de las armas y el hierro se muestra durante toda la película con un aspecto agradable y simpático, además de ser una líder sólida y en la que confiar, pero sus actos e intenciones distan mucho del ideal que busca la película a lo largo de toda la historia, aunque es cierto que se resarce al final en una catarsis de quietud y visión altruista de futuro. Sin embargo, las mujeres que lleva a la aldea después de sacarlas de los burdeles sí demuestran una cara externa más acorde a sus actos. Y no digo que estos sean justos, pero sí me parecen justificables en su mayoría. El buscar la muerte de San y los lobos, junto a la del bosque, no es más que sentimiento de venganza. Es algo totalmente humano y comprensible cuando alguien te arrebata lo que más amas en la vida, pero para lo que se necesita fuerza, valor y determinación. Además, sin su presencia y sus capacidades, el final de la historia habría tomado tintes muchos más trágicos.
Incluso podríamos hablar de Moro, la loba madre, que cuidó de San sin que esta fuera su hija y la protegió de toda clase de peligros (un trasunto más que aparente de Baloo en El Libro de la Selva) y de la anciana de la aldea de Ashitaka, a quien todos los hombres acuden con infinito respeto para pedir consejo. De hecho, se puede decir abiertamente que el único papel importante masculino positivo es el de Ashitaka, lo cual ya dice mucho de las intenciones de Miyazaki.
Volviendo a los protagonistas, Ashitaka y San conforman una de las metáforas más bonitas de la película.
En primer lugar, queda más que claro que San representa al bosque y Ashitaka, a la civilización que aún es humana. San, como bosque que es, odia a los humanos sin importar cómo sean. Los odia a muerte porque cree, no sin motivos, que todos son iguales. Ashitaka, que desconoce la situación del mundo por vivir casi aislado por completo en su aldea, no logra comprender el sentimiento de San.
Cuando San lanza su ofensiva para intentar matar a Eboshi, Ashitaka trata de detenerla porque sabe que Eboshi la matará. Mientras lo hace resulta gravemente herido y justo antes de desmayarse le dice a San lo hermosa que es. Ella, confundida, decide llevárselo al corazón del bosque para pedirle al Espíritu del Bosque que sane sus heridas.
Una vez que Ashitaka está curado, aunque mantiene la maldición, señal de la neutralidad del Espíritu del Bosque, San y los lobos parten a la batalla contra Eboshi. En ese intervalo de tiempo, Ashitaka se da cuenta de lo que están haciendo los humanos. Por eso, cuando se reúne con San y ella solo le grita que odia a todos los humanos por igual, Ashitaka solo puede abrazarla y pedirle perdón. Finalmente, después de luchar juntos por salvar al bosque, San y Ashitaka se despiden con la promesa de volver a verse pronto.
Sin embargo, esta relación es totalmente diferente a la mayoría de las que nos encontramos en la ficción ya que San y Ashitaka son totalmente opuestos pero complementarios: no pueden vivir juntos eternamente porque el conflicto de sus ideas propiciaría el desastre, pero tampoco pueden vivir sin reencontrarse algún día, por no hablar de que ahora ambos tienen ocupaciones en las que no pueden fallar. Es la perfecta plasmación de la relación entre la naturaleza y los seres humanos. Y aunque es cierto que cruzan algunas miradas y silencios evidentes y que, para qué mentirnos, a muchos nos gustaría que acabasen juntos, creo que no debemos hablar de amor. De hecho, creo que el único momento visualmente relacionable es cuando Ashitaka está tan débil que San tiene que masticarle la comida y dársela en un beso. Pero lejos de ser un beso de amor, es un beso de vida.
Esta historia, esta forma de contar cómo surge la relación entre un humano y el bosque con las apariencias de críos, siendo de todas formas un amor imposible, me parece tan elegante, bella y sencilla que solo por eso merecía la pena levantar esta obra maestra.
Si abrimos un poco más el abanico de personajes e intentamos profundizar en cada uno de ellos puedes ver que hay cuatro grandes ideología o perspectivas para afrontar la situación que se narra.
Por un lado tenemos a Ashitaka, cuya cisión de las cosas es la de la armonía. Él busca siempre el equilibrio entre el bosque y los hombres, y para ello se introduce en ambos territorios. Primero, se adentra en el bosque y queda maravillado por la majestuosidad de lo que se esconde en su interior. Y después, en la ciudad, visitas los distintos puntos claves para entender las necesidades y los actos de los hombres: va a la fragua y toma el lugar de una de las mujeres para sentir lo que sufren en ese trabajo, lo cual le puede hacer reflexionar sobre por qué lo hacen, cuál es el sentido y el premio, que no es más que su propia seguridad frente a otros humanos; y también visita la casa de los leprosos, en la que no solo entiende los motivos del pueblo sino que descubre un poco más a Eboshi.
En Eboshi radica otro punto de vista, el de la necesidad. Su pueblo está en conflicto con el de Asano, un señor de la guerra que amenaza su seguridad de forma constante. Para defenderse, Eboshi tiene a unos ingenieros, los leprosos, que diseñan diferentes tipos de rifles, para los cuales se necesitan diversos materiales que solo están en el bosque y la única forma de conseguirlos es arrasarlo. Por eso se lanza a la guerra contra los espíritus del bosque, desatando del todo la cólera de San y los suyos.
Los motivos de San en la historia son simples. Eboshi está destruyendo el bosque y atacando a los suyos, por lo que su deber es matarla a ella. Y para conseguirlo no duda en infiltrarse en la ciudad aun a riesgo de perder la vida en el intento. En su caso, a diferencia de Eboshi, la motivación tiende más a la venganza que a la defensa y la supervivencia.
Y en medio de todo ese jaleo están los Jibarashi, los guerreros del Emperador que han sido enviados para matar al Espíritu del Bosque y que se aliarán con Eboshi, que piensa que obtendrá un beneficio mucho mayor. Estos Jibarashi emplean todo tipo de artimañas sucias para acabar con los jabalíes sagrados y acercarse al corazón del bosque sin ser detectados.
Y visualizando todo esto y el resultado de la batalla, es evidente que el único que estaba en el buen camino es Ashitaka. Y no debe sorprendernos ya que él es el indiscutible protagonista de la película, con lo que se lleva las escenas más representativas. Ya he comentado cuando toma el lugar de una de las mujeres de la fragua, y también podría desarrollar la escena de la conversación con Moro, pero voy a centrarme un momento en la irrupción de San en la ciudad. En ese momento, Ashitaka hace gala de su fuerza y su coraje, en parte otorgados por la maldición de su brazo, para poner paz entre San y Eboshi cuando intentan matarse y a pesar de que ambas intentes matarle a él para que no estorbe. Una vez que ha parado la pelea, se lleva un balazo accidental y sigue cargando a San hasta el portón principal, que levanta haciendo uso de su fuerza inhumana.
Y es que Ashitaka es la más clara representación del mensaje de la película. Sí, hay un mensaje ecologista, pacifista y feminista... Pero todo eso queda en nada al final cuando reparamos en que lo importante, lo verdaderamente vital, es aprender a convivir sin odios ni rencores. Eso es algo que tiene perfectamente asimilado Ashitaka y es algo que asume San al final cuando se olvida de su odio a los humanos para unir fuerzas con Ashitaka y devolverle la cabeza al Espíritu del Bosque. Y también lo aprende Eboshi cuando se ve rodeada de césped en lo que fuera su ciudad y decide empezar de cero con un nuevo proyecto. Y debe ser así porque cuanto más se ha roto la convivencia, peores han sido las consecuencias para todos. Moro y Okkotonushi mueren cegados por el odio y la sed de sangre y Eboshi pierde el brazo por los mismos motivos. Y podía haber muerto de no ser necesaria su catarsis en representación de los humanos.
Al final, de lo que habla en esencia La Princesa Mononoke es de la necesidad imperiosa de ceder todos algo para poder convivir más que coexistir. Sin héroes ni villanos, solo personas reales con inquietudes y problemas reales que buscan una solución valiéndose de los recursos de que dispongan en ese momento. Y como personas, deben ser inteligentes y responsables para lograr la paz que solo se alcanza si dejamos a un lado los sentimientos negativos. Y aunque suene muy obvio, en la película se ve que no es así en absoluto.
No obstante, una película con tantísima belleza no puede acabar sin un mensaje positivo. Y si no nos lo da la narración, nos lo deja muy sutilmente la última imagen. Después de ver cómo muere el Espíritu del Bosque tiñendo de verde lo que había muerte minutos antes, la película cierra con una imagen del interior del bosque en la que podemos ver a un kodama. Si hay un kodama después de lo que ha ocurrido significa que el bosque sigue vivo. Tal vez acabe de nacer, tal vez esté todavía muy débil, pero vive. Y pase lo que pase, hagamos lo que hagamos los humanos en nuestras estúpidas guerras, el bosque seguirá viviendo y resucitando cada vez que lo matemos.
Y si hay que destacar belleza yo me doy por vencido. Podría estar horas hablando del arte que es en sí misma la película y cada uno de sus elementos.
En el plano visual, cada imagen es un cuadro. Cada fotograma es una ventana a un paraíso solo posible en la imaginación. Cada expresión facial es un reflejo casi perfecto de los sentimientos y las emociones de los personajes. Los colores están elegidos con tantísimo cuidado que un simple detalle de un objeto que solo aparece unos segundos en pantalla puede tener detrás horas y horas de debate para decidirse el tono más conveniente Y tanto el diseño de personajes como el de entornos se me antoja insuperable para esta obra siendo exactamente lo que necesita en cada momento. Y la animación es sencillamente espectacular. La fluidez en los movimientos de cámara y de los personajes, acompañándose de efectos especiales como humo y lluvia que ya quisieran cualquier anime, hace que algunas veces parezca mentira que se haya realizado a través de dibujos hechos a mano uno a uno.
Y para el trabajo de sonido solo tengo elogios. El doblaje de los personajes, al menos en versión original, es perfecto. Los efectos especiales como la lluvia o el viento consiguen crear una atmósfera real sin necesidad de ningún otro elemento. Y la banda sonora solo se puede describir como la obra de un genio. Un conjunto de piezas que consiguen plasmar a la perfección las emociones que transmiten las imágenes, las acciones y el mensaje global de la historia. Una joya para el oído que merece la pena escuchar sin hacer nada más que pueda distraerte lo más mínimo.
Os recomiendo que busquéis el concierto del 25º aniversario de Studio Ghibli, está en YouTube, y que disfrutéis de todas las piezas pero en especial de las de La Princesa Mononoke. Y más aún, levantan la tierra palmo a palmo hasta encontrar la banda sonora original y las versiones que hizo el propio Hisaishi porque son absolutamente magistrales. Casi cada tema podría ser el tema principal de cualquier otra banda sonora de primera.
Y podría seguir hasta aburriros hablando de cada detalle o escena, como la de la primera vez que Ashitaka y San se encuentran en el río y el movimiento del agua y el viento alivian sutilmente la tensión del momento. O la primera aparición del Espíritu del Bosque en su forma de caminante que es completamente una representación de una preciosa noche estrellada. O la conversación entre Ashitaka y la diosa lobo en la que el joven parece madurar pero conservando la inocencia de quien conoce una tragedia de oídas.
¿Recomiendo esta película? Quizás no sea la palabra más apropiada. Hay películas que se dejan ver, otras por las que merece la pena ceder algo de tu tiempo... La Princesa Mononoke no solo es una película imprescindible para todo aquel que quiera aficionarse a la animación sino que es una obra que todo el mundo debería ver al menos una vez en la vida. Así que no, no la recomiendo. Os obligo a que una tarde de domingo, de estos que fuera hace un tiempo de perros, os olvidéis de la tele, los juegos, la siesta y de vuestra vida si hace falta y que busquéis la forma de ver esta obra maestra en 1080 como mínimo porque sí, la historia la vais a entender igual, pero creedme que no es lo mismo ver esta maravilla a 720 que captando todos los matices de cada plano.
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