Los efectos del resfriado y la fiebre.
by Un Juntaletras más in
Personal
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9 by November by 2016
Tranquilos, no voy a soltaros el sermón en plan médico de Hospital Central, ya deberíais saber cómo me las gasto. De hecho, voy a hablar desde mi propia experiencia personal que transcurre mientras escribo.
Hace un par de días empecé a notar la nariz congestionada y una tos y una segregación de mucusidad nasal fuera de lo común en mí en un estado de salud óptimo. Ante tales síntomas, mi decisión fue la de acudir a mi centro de salud de cabecera para que el amable doctor que me lleva atendiendo años en la misma consulta me recetaso alguna pastilla, aunque fuera de efecto placebo. Sin entrar a valorar la situación del ambulatorio, en el que había cerca de una hora de retraso en las citas, debo decir que el tiempo en sí de mi consulta fue el menor necesario para garantizar un diagnóstico evidente. La recomendación, además de las drogas de farmacia, fue que me quedara en casa juno al calor de mi estufa.
Yo, iluso y rebelde ignorante de la vida, hice caso omiso y a las pocas horas me encontraba camino de la universidad. La primera hora no estuvo mal. Algún amago de ataque de estornudos pero bien. Ahora bien, las dos siguientes... Cabe destacar que la segunda hora de ese día correspondía a una asignatura relativamente bonita (si te apasiona de verdad) pero muy aburrida en este tramo del curso. Cuando terminó, sentí que mi cuerpo me estaba pidiendo a gritos que me fuera a casa antes de que la noche cayera y el frío se apoderase de las calles. Pero nuevamente hice oídos sordos y me quedé hasta el final.
Cuando llegué a casa me senté frente al ordenador para hacer un trabajo y la cabeza empezó a darme vueltas. Sentía un intenso dolor y una extraña sensación térmica. No necesitaba ponerme el termómetro para saber que mi osadía y una pizca de mala suerte me había llevado a la fiebre.
Me tomé un par de pastillas para intentar aliviar el dolor de cabeza, pero resultó en vano. Es por eso que me marché a dormir gastando paquetes y paquetes de pañuelos en unas horas. Ya en la cama me puse uno de mis podcast favoritos para intentar conciliar mejor el sueño, y lo logré. Al menos durante un tiempo.
A las 7 y pico de la mañana me desperté sediento y, al levantarme de la cama, sentí un terrible frió por todo mi cuerpo. Empecé a tiritar como hacía mucho que no temblaba. Mi respiración se aceleró hasta el punto de sentir que empezaba a hiperventilar. Rápidamente llené la bolleta de agua y me volví a la cama, encendiendo la estufa y dejándolo en lo máximo mientras mi cuerpo aún se estremecía entre las sábanas. De fondo, el podcast que me había acompañado al inicio de mi letargo seguía sonando por la reproducción en bucle y dejaba un extraño zumbido en mi cabeza. Comencé a oír voces las cuales no pude distinguir si pertenecían al audio de mi móvil, si venían de la calle o si solo estaban en mi cabeza. Comprendí que todo debía ser fruto de la fiebre que, de algún modo, me estaba afectando hasta el punto de provocar en mí alucinaciones sonoras.
Cuando me tranquilicé lo suficiente bajé la potencia de la estufa al mínimo para mantener algo de calor en la habitación. Cerré los ojos y me dejé llevar otra vez en los brazos de Morfeo. Pero no sabría decir si llegué a dormirme en algún momento o si el cansancio me hizo creer que mi cerebro había apagado las luces para protegerme de mis propios males. Lo único que puedo asegurar, dentro del misterio de la realidad, es que quedan solo unos minutos para el mediodía en la parte más occidental de Europa mientras que yo sigo con mis alucinaciones. En este caso, mis ojos intentan hacerme creer que América se ha pegado un tiro en la pierna.
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