Minicuento V

Anoche me encontré frente al espejo del baño con la única luz de las farolas de la calle que y con una caja de cerillas en la mano.
Abrí la caja, saqué una cerilla y cerré la caja. Froté la cerilla contra el lateral del cartón y dejé que se consumiera entre mis dedos hasta que solo quedaba una astilla, y la dejé caer al lavabo sin abrir el grifo.
En lo que el delicado hilo de humo se iba, abrí de nuevo la caja, saqué otra cerilla y la cerré. Repetí el frotamiento contra el mismo lateral y volví a dejar que se consumiera entre mis dedos hasta que apenas tuvo combustible para quemar. Nuevamente, la dejé caer en el lavabo con el grifo cerrado.
Seguí insistiendo una y otra vez como si esperase que ocurriera algo diferente. La superficie blanca sobre la que arrojaba los fuegos extinguidos se llenaba de estrellas negras y rastros de cenizas.
Cuando me dí cuenta solo quedaba una cerilla. Solo cuando apoyé el fósforo contra el cartón caí en la cuenta de que no sabía lo que hacía ni si quería hacerlo.