La rosa púrpura de El Cairo
by Un Juntaletras más in
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24 by March by 2017
Woody Allen es un genio por muchas razones. Una de ellas es que es capaz de tomar las miserias del ser humano y darles la vuelta para crear un humor vivo, que desfila perfectamente aunque sin red por el alambre de lo moral y políticamente incorrecto. Pero además, es capaz de jugar con cómo es la vida y cómo sería en un mundo perfecto para cada uno de sus personajes, que en la mayoría de ocasiones son trasuntos del propio Allen. Este sería el resumen vago del cine de Woody Allen.
Sin embargo, el nivel de genialidad de este hombre llega a tales niveles en algunas de sus películas que no solo no me atrevo a comentarlas, es que ni si quiera llego a comprender todo lo que quiere decir en un primer visionado, ni en un segundo. Pero dentro de sus mejores muestras hay una que sí me parece asequible al menos para dedicarle unos parrafitos aquí. Y como es normal, dejo el aviso de SPOILERS.
La rosa púrpura de El Cairo se presenta inicialmente como un drama intimista abordando la vida de una camarera, Cecilia, que ya en la primera escena se nos muestra como una mujer sensible y un tanto soñadora. Y en el primer tramo de la película existe un riesgo muy alto de que la historia sea realmente un drama sobre la violencia de género y el intento frustrado de Cecilia de huir de ese infierno en el que se ha convertido su matrimonio. Y aunque en realidad es así porque durante toda la película se mantiene esa trama paralela del marido alcohólico, ludópata, putero y celoso, se trata con una elegancia monumental y se termina de suavizar con el genial humor de Allen y la fantasía que viene después.
Cuando Cecilia se hunde por primera vez y decide entrar al cine a ver de nuevo esa película que la había enamorado, La rosa púrpura de El Cairo, solo hace falta que Woody Allen nos muestre las proyecciones de las mismas escenas de la película una vez detrás de otra en un minuto para comprender la tristeza en la que se había sumido Cecilia y que la única forma que tiene de evadirse del mundo es esa película. Y tú ya estás empatizando con ella; se te está encogiendo el corazón igual que a ella. Hasta que en un momento, en un microsegundo, lo que dura una mirada furtiva, Allen te golpea en la cabeza y te deja en estado de shock durante unos minutos hasta que comprendes que lo que está ocurriendo es real y no un sueño de Cecilia, que sería lo fácil.
Y desde ese preciso instante, la película no desperdicia ni un solo fotograma.
Me parece maravillosa la confrontación de dos personajes tan parecidos pero de diferentes realidades como son Cecilia y Tom Baxter. Me absorve tanto o más que a los espectadores del cine el ver a los otros personajes de la película discutir sobre qué hacer en ese momento y quejarse mientras salen de plano y gritan el rollo de la película en el que pueden encontrarlos si los necesitan. Y me vuelve a volar la cabeza cuando Tom se encuentra con Gil, el actor que le dio vida, y empiezan a discutir sobre la legitimidad de la existencia de Tom en un diálogo sencillamente genial.
Y como si Woody Allen se lo hubiera tomado al pie de la letra, no desaprovecha ni un solo segundo para convertir toda la película en un juego, y lo digo en el buen sentido.
Es cierto que habla mucho y con muchas tablas del valor de la vida, sus mierdas y sus sueños imposibles. Está ahí, nadie se lo puede negar. Sin embargo, solo se puede calificar de juego toda la subtrama de los personajes que no han salido de la película y que dejan de actuar mientras el reparto no esté completo e incluso contestan de mala manera a una señora del público. Juega también en ese apartado con la identidad de esos personajes en ese momento: ¿hablan los personajes que no están siguiendo sus papeles porque no tienen por qué hacerlo o hablan los actores que no están interpretando a sus personajes porque tampoco tiene sentido? Es algo sencillo pero brillante.
Pero no deja de jugar ahí. Me arriesgaría a decir que para Woody Allen, el cine en esta película es su juguete favorito y lo coge cada vez que puede. Un buen ejemplo es la personalidad de Tom que no encaja en absoluto con el mundo real. Intenta pagar con dinero en un restaurante sin saber que es falso (aunque luego se lo da a un mendigo como limosna y este lo tira enfadado), actúa siempre como un caballero puramente romántico, es tan inocente que no sabe lo que es un burdel y trata a las prostitutas como a finas damas, se extraña de que no haya un fundido a negro después del beso con Cecilia... Es un personaje tan rico en matices, al igual que Cecilia, que se podría comer él solo casi cualquier otra historia.
Y sigue, y sigue, y sigue... Este hombre no se cansa de jugar y enseñar cine. La escena de Cecilia con Gil en la tienda de música con ella tocando el ukelele me pareció un homenaje muy claro y bonito a Marilyn Monroe en Con faldas y a lo loco. El personaje de la sirvienta negra me parece una parodia absoluta a ese personaje cliché de las películas ubicadas en la América de la esclavitud, guerra civil, etc.
La película se vuelve una fiesta de vida y diversión. Hasta que recuerdas que es una peli de Woody Allen y todo puede pasar.
Como ya hemos dicho, esta película expone la vida de Cecilia, monótona, aburrida y triste, y la enfrenta a su utopía: una vida cómoda y de lujo como la que tienen los personajes de la película.
Mientras que Tom aprende cómo es la vida real a su torpe manera, Gil enamora a Cecilia para que convenza al personaje de ficción de que su sitio es la pantalla. Y a pesar de que ella duda, finalmente se da cuenta de que es imposible ser feliz con Tom. No pueden vivir del amor, como él dijo. Se decanta por Gil y se marcha a casa a hacer la maleta pero, cuando vuelve al cine, Gil ya ha cogido su avión. Solo la quería para engañar a su personaje.
Al final, Cecilia acaba destrozada por dentro y con la certeza de que mañana le espera un amargo día, una vez más. Y una vez más, su mejor opción es entrar al cine y dejarse llevar soñando con una vida mejor.
La rosa púrpura de El Cairo es una joya de principio a fin. Es cierto que el final es muy triste, pero refleja a la perfección la nula capacidad de Woody Allen para vivir la felicidad. Pero por otro lado, es un final que pone la guinda perfecta al tema oculto de la película: es una historia de amor al cine, contada por la que seguramente sea una de las personas que más lo ama en el mundo.
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