En memoria de mi ultivo vicio
by Dreamteam in
Personal
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8 by May by 2010
Vereis os explico, Hace no mucho tiempo jugaba a un juego online, se llamaba Holy-war. Empece tarde, y como en todos estos juegos, eso supone ser un don nadie mucho tiempo. Sin embargo empece a escalar rapido posiciones y en seguida me gane un sitio en una agradable y entretenida alianza. Al principio eramos unos don nadies, pero poco a poco fuimos subiendo escalones, y llegamos a ser la mejor alianza del mundo (todo ello por supuesto gracias a algun fichaje que otro de gente verdaderamente pepina en el juego). Bien pues todo ello fue gracias aun señor (mayor por cierto) que se hacia llamar Alwuasil Al Basir (haciamo de moros). Un día dejo el jeugo y esto es en su honor:
La mañana era fría, las nubes se cernían sobre las altas cumbres de Sierra Morena. El sol de Al Andalus se ocultaba tras aquel manto gris y blanco amenazando lluvia en Córdoba. Al Basir se preparó para otro paseo por su amada Al Andalus. Como tantas otras veces sus mujeres ya levantadas habían organizado la cocina y esperaban a que su marido tan amado bajara de su habitación y las saludara con aquella sonrisa franca que tanto las complacía. Todas eran igual de queridas por él.
Desayunó y tras dar un beso a todas ofreciéndoles un sin fin de cariños y comentarios alegres se dirigió a la cuadra donde Ahmed le esperaba con su caballo enjaezado. Puso la mano sobre su hombro y le sonrió. Mi fiel Ahmed, qué orgulloso el señor que tiene por siervo a la amistad, el tesón y la admiración. Después oró junto a ellos dos mirando hacia La Meca, de rodillas, volvió a recordarle a Allah que estaba preparado para cumplir su voluntad.
Montó en su nuevo caballo Naym y salió de su casa en dirección a la puerta norte de la medina. Miró el cielo y un cuervo cruzó el horizonte de derecha a izquierda. Bajó la cara y respiró profundo. La ciudad estaba excepcionalmente vacía de gente, el frío hacía que sus viviendas fueran el lugar más confortable. Sin compañía cabalgó hasta pasar bajo la bóveda de piedra de la muralla y saludó al guardia que la defendía.
Fuera ya del recinto el frío caló en su interior, su corazón se encogió como si una espada invisible le atravesara de parte a parte. Se giró y volvió a mirar Córdoba, su Córdoba. Qué bonito sueño ... ... ... Una ciudad hecha de proyectos con cimientos de intenciones, de guerreros maravillosos que nunca morían, quienes como el Fénix se levantaban una y otra vez tras sus batallas. Su mano derecha tembló mientras asía con fuerza las bridas, el caballo avanzó tres pasos y se detuvo. Se volvió a girar y miró aquellos muros que tantas veces había visto, unos muros cada vez más fuertes, con cuarenta y dos almenas de voluntades pétreas. No sabía muy bien si el guerrero o el Imam o ambos, deseaban un mundo distinto, un mundo más justo, un mundo como Al Andalus, un mundo por el que luchaba sin denuedo desde que era un niño cuando soñaba con ser un magnífico guerrero. Azuzó el caballo y salió al galope dejando atrás los pensamientos que no el destino.
Cabalgó durante tres o cuatro carreras hasta que se internó en una vereda que conocía bien y conducía a una pequeña alquería donde solía descansar los intensos días de calor. Con el caballo al paso observó un ligero movimiento tras de sí que entendió se debía a algún animal del bosque. Una silueta de hombre esperaba junto al edificio, se dirigió a ella y más movimientos entre el ramaje le mostraron su destino.
Tuvo miedo, como tantas otras veces, como cada batalla, pero como siempre, levantó la cabeza al cielo y rezó para sí. ¡Señor estoy listo, hágase tu voluntad¡ y sin aminorar el paso se dirigió a aquel hombre que le esperaba. Notaba los ojos del enemigo en su espalda, sus deseos, sus intenciones mas sus voluntades no rendirían su propósito ... ... ... Al Andalus, sólo Al Andalus.
Cuando estuvo a la altura de aquel guerrero, oculto bajo unas ropas sencillas de labriego, le miró fijamente a los ojos desde su caballo. Era como él, no diferente en lo esencial, dispuesto a dar la vida por su Al Andalus particular, distinta a la suya, a su patria. Dos hombres, uno frente al otro, con diferentes proyectos que les enfrentaban. Al Basir descendió del caballo que piafó nervioso.
Mostró sus manos al desconocido y éste hablando en una lengua que no conocía habló para los otros dos que se encontraban escondidos entre el ramaje quienes se mostraron aunque el árabe no les veía porque quedaban a su espalda.
El andaluz inclinó su cabeza, sabía que no llegaría hasta donde se encontraba su oponente, la distancia de tres pasos era ahora un abismo insalvable. Su *censurado* lo sabía y él también. Los segundos que tuvo se los concedió aquel hombre para pensar en los suyos, en su proyecto, en su vida, en su lucha; quizá sencillamente porque él también moriría de la misma forma y lo sabía, estaban los dos dispuestos y ya todo estaba hecho y decidido. Allah escribe la historia y la vida siempre de la misma forma.
Cuando levantó la cabeza, miró de nuevo a los ojos de su contrario, apretó los dientes y con voz calmada le dijo: ¡Al Andalus, siempre Al Andalus¡. El otro sonrió ligeramente comprendiéndolo todo, y dijo en voz alta: ¡Eman¡. En ese momento dos certeras saetas silbaron en el aire y todo se volvió oscuridad.
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Alwuasil Al Basir descansa en su lecho a punto de morir. Los doctores de Córdoba afirman que no pasará de esta noche, todavía puede articular algunas palabras para sus hermanos de Al Andalus, acercaros hasta él si lo deseáis, antes de que se vaya a reunir con Allah.